Estrella de Sangre subió al saliente de la parte de arriba de
la cuesta. Maulló para que todos los gatos se reúnan delante de él. Ericillo
salió con su madre. A su alrededor había un montón de gatos ya reunidos. Entre
ellos pudo diferenciar a Bayas, su hermana, que estaba con Zarpa Rocosa y
Laurel. También vio Cola de Agua, guiando con sus patas a Cieguito. Delante de
él pasó una gata blanca con manchas rojas, que se paro y le sonrió al verle. El
y su madre avanzaron hasta llegar a un espacio vacío justo delante de la
cuesta. Era casi de noche, de modo que le pillo desprevenido y estaba asustado
metido entre las zarpas plateadas de su madre. Miro alrededor para comprender
que pasaba. Todos le sonreían y el líder le trato de tranquilizar con un guiño.
Miro hacia arriba, al rostro de la gata grisácea, que se inclino para lamerle
la cabeza.
-Estamos aquí reunidos-comenzó el rojo-para nombrar a un
nuevo aprendiz. Ericillo,- el joven se sobresalto y fue su madre quien, con el
hocico, le obligo a salir a aquel espacio vacío- a partir de este momento se te
reconocerá como Pata de Erizo.- Maulló, mirando con la cabeza arriba dejando
que la tenue luz del atardecer le haga centellear los ojos.-Tu mentor será el
lugarteniente, Garra de León.
Dicho eso, el dorado gato en grandes saltos se dirigió
también al espacio delante Ericillo, o mejor dicho, Pata de Erizo. Ambos se
tocaron nariz con nariz. Ya era aprendiz. “¡Pata de Erizo! ¡Pata de
Erizo!”Gritaron los gatos para darle ánimo. Cuando el grupo se disolvió, Garra
de León se dispuso a guiarle a la guarida de los aprendices, pero Bayas se
interpuso.
-¿Puedo acompañarle yo?-El guerrero afirmo, y la azul le
cogió al aprendiz por la oreja para que le siguiera. Al llegar al refugio, ella
cogió una mata de musgo y lo dejo en el suelo al lado de su cama de musgo, para
que su hermano se durmiera junto a ella. Todos los aprendices se acostaron para
dormir, menos Pata de Erizo, que los nervios no le dejaban. Se dispuso a mirar
tumbado en su cama, con la cabeza apoyada en una raíz de un árbol que hacia
como de puerta, a mirar a los gatos en la entrada de sus guaridas, algunos
cruzando el claro, otros dormidos y otros compartiendo lenguas. El atardecer
iluminaba con una luz rojiza amarillenta el campamento. Las cigarras y los
grillos comenzaban su canto. Miro arriba, al poco oscurecido cielo. Las
estrellas calmaron sus nervios. Bajo la cabeza y durmió tranquilo, pensando que
ese es su primera noche de su camino guerrero.