lunes, 21 de abril de 2014

El nacimiento de la batalla: Capitulo 6

Estrella de Sangre subió al saliente de la parte de arriba de la cuesta. Maulló para que todos los gatos se reúnan delante de él. Ericillo salió con su madre. A su alrededor había un montón de gatos ya reunidos. Entre ellos pudo diferenciar a Bayas, su hermana, que estaba con Zarpa Rocosa y Laurel. También vio Cola de Agua, guiando con sus patas a Cieguito. Delante de él pasó una gata blanca con manchas rojas, que se paro y le sonrió al verle. El y su madre avanzaron hasta llegar a un espacio vacío justo delante de la cuesta. Era casi de noche, de modo que le pillo desprevenido y estaba asustado metido entre las zarpas plateadas de su madre. Miro alrededor para comprender que pasaba. Todos le sonreían y el líder le trato de tranquilizar con un guiño. Miro hacia arriba, al rostro de la gata grisácea, que se inclino para lamerle la cabeza.
-Estamos aquí reunidos-comenzó el rojo-para nombrar a un nuevo aprendiz. Ericillo,- el joven se sobresalto y fue su madre quien, con el hocico, le obligo a salir a aquel espacio vacío- a partir de este momento se te reconocerá como Pata de Erizo.- Maulló, mirando con la cabeza arriba dejando que la tenue luz del atardecer le haga centellear los ojos.-Tu mentor será el lugarteniente, Garra de León.
Dicho eso, el dorado gato en grandes saltos se dirigió también al espacio delante Ericillo, o mejor dicho, Pata de Erizo. Ambos se tocaron nariz con nariz. Ya era aprendiz. “¡Pata de Erizo! ¡Pata de Erizo!”Gritaron los gatos para darle ánimo. Cuando el grupo se disolvió, Garra de León se dispuso a guiarle a la guarida de los aprendices, pero Bayas se interpuso.

-¿Puedo acompañarle yo?-El guerrero afirmo, y la azul le cogió al aprendiz por la oreja para que le siguiera. Al llegar al refugio, ella cogió una mata de musgo y lo dejo en el suelo al lado de su cama de musgo, para que su hermano se durmiera junto a ella. Todos los aprendices se acostaron para dormir, menos Pata de Erizo, que los nervios no le dejaban. Se dispuso a mirar tumbado en su cama, con la cabeza apoyada en una raíz de un árbol que hacia como de puerta, a mirar a los gatos en la entrada de sus guaridas, algunos cruzando el claro, otros dormidos y otros compartiendo lenguas. El atardecer iluminaba con una luz rojiza amarillenta el campamento. Las cigarras y los grillos comenzaban su canto. Miro arriba, al poco oscurecido cielo. Las estrellas calmaron sus nervios. Bajo la cabeza y durmió tranquilo, pensando que ese es su primera noche de su camino guerrero.

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